El pasado sábado por la tarde, José Montilla volvió a tomarse la libertad de atacar a Federico Jiménez Losantos y a Pedro J. Ramírez. Y dijo textualmente: “Estos señores son servidores de la derecha más extrema, aunque ellos con su arrogancia e idolatría se creen estrategas de esta derecha”.
La frase está construida al modo infantil. Quizás por eso mismo se le entiende todo. Las cuatro palabras clave son “derecha”, “extrema”, “servidores” y “estrategas”.
Hay una más. “Idolatría”. “Idolatría” añadida a “arrogancia”. Según Montilla, Federico Jiménez Losantos y Pedro J. son servidores aunque se creen estrategas, y, para añadir el escarnio al insulto, los llama arrogantes e idólatras.
¿Idólatras? ¿Como que idólatras? Arrogantes, puede ser, pero ¿por qué serán idólatras Pedro J. y Federico? ¿Qué idolatrarán el director de El Mundo y el editor de Libertad Digital?
Obviamente, Montilla trabuca las palabras. Lo más probable es que en vez de “idolatría” quisiera decir “egolatría” o algo parecido. Pero el caso es que dijo “idolatría”. Y yo me pregunto, como escribiría Azorín, ¿por qué dice Montilla “idolatría” en vez de “egolatría”?
Lo primero que se me viene a la cabeza es que no sabe lo que es “egolatría” ni “idolatría”. Pecado menor en un ministro, más aún siendo todo un señor ministro de Industria y Comercio en un gobierno socialista, de los de Rodríguez Zapatero, y catalán de los de Córdoba. Comparado con las ocurrencias de Carmen Pixie y Dixie Calvo, y las de su jefe Zapatero, la verdad es que Montilla al menos sabe que existe la palabra “idolatría”. No sabe lo que quiere decir, pero bueno, le suena. Y la utiliza, tal vez en un momento de rabia, tal vez sintiéndose solo y a punto de ser abandonado.
Pero en este mundo conviene ser algo retorcido y suponer que Montilla distingue entre “idolatría” y “egolatría”, y que en un mal paso confundió los dos términos.
Si es así, lo que le salió a Montilla sin él quererlo fue el niño que un día se debió de saber el catecismo de memoria y aprendió para siempre que eso de la idolatría era algo malo, pero muy malo, malísimo, lo peor que hay en este mundo. A Montilla le salió el niño católico que casi todos los españoles de su edad llevan dentro.
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